Miedo, miedo y más miedo.
Sé que ya hemos hablado de esto, que has intentado
convencerme de que no hay nada qué temer, pero simplemente no puedo evitarlo.
Me da miedo besarte, me da miedo susurrarte al oído todo lo
que siento por ti; bueno, que me da miedo hasta dedicarte una furtiva mirada,
incluso rozar tu mejilla con las yemas de mis dedos. Llámame loca, llámame
ridícula y hasta paranoica si así lo deseas, pero la marca que late en mí es
mucho más fuerte, palpitante, dolorosa.
Hacia tanto que no sufría de esa forma, hacia tanto que
nadie me hacía tantísimo daño, pero aquellos días de diciembre, mi mundo
pareció derrumbarse, mi corazón sangró tanto que creí que no pasaría ni el mes.
Fue una amenaza, un ataque directo y una traición, todo al mismo tiempo, que
creí que me ahogaría, que me quemaría hasta consumirme por completo.
Y después de eso, todo fue miedo en mi mundo, terror y una lenta
recuperación, una que no sé si ha llegado ya. A lo mejor son puros fantasmas
los que me atormentan, pero simple y sencillamente no puedo evitarlo, ¿cómo se
borra la huella del horror? ¿Es que la única cura es lanzarme a tus brazos, tal
vez con los ojos cerrados? «Confía», me dice una vocecita. «Cree y atrévete»,
me dice una canción.
Pero en estos precisos momentos, no sé qué hacer.
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