Lloro
por ti, porque lo nuestro es imposible. ¿Cómo es posible que algo que puede
hacerte henchir el pecho de orgullo pueda lastimarte tanto? Y no importa cuánto
blanda mi espada, cuantas veces desmienta al mundo acerca de nosotros, siempre
acabo llorando, en silencio, sin lágrimas, porque de dejarlas ir hacía tiempo
que me habría quedado sola, así al menos tengo a mis lágrimas que me hagan
compañía.
Tan cerca y tan lejos, con las ganas aguantadas porque así
es la vida, cruel, juzgando y criticando lo nuestro e impidiéndonos amarnos
hasta salir el alba, entre líneas de poesía, diálogos ingeniosos, párrafos de
suspense y magia en las comas.
Pero no, estamos aquí, aguantándonos todo eso y sin saber
qué hacer con aquello que nos desborda, desgarrados, sangrando, deseando que no
haya un mañana y que por primera vez, la vida muestre un poco de compasión y
acabe con nuestro sufrimiento, obstruya nuestras respiraciones para siempre. Al
fin y al cabo, ni tú ni yo estamos respirando ya, muertos por nuestra ausencia
latente, por un anhelo que duele, que despedaza.
Quiero dejar mi falsa cortesía, abrazarte y decirte que
nada ni nadie nos volverá a separar, pero como dije antes, la vida es una
mierda y ha de encontrar la forma de alejarnos el uno del otro. Te extraño
tanto, y aunque sé que los muertos no tienen nada que perder, temo acercarme a
ti y perder la cabeza, embriagarme de tu alegría, tu ilusión y entusiasmo para
todo, como un niño pequeño, bello e inocente. Y temo eso, porque conozco tan
bien la crueldad del mundo que no dudo que iría a por mí de nuevo,
desgarrándome, quemándome hasta volverme cenizas.
Me llamarás cobarde, lo sé, pero yo…temo sufrir de nuevo,
como la última vez, temo no poder soportarlo de nuevo y esta vez, sucumbir al
fuego por completo, morir para no renacer nunca más.
Aunque con incertidumbre me pregunto, si desde esa última
vez renací, o me limité a sobrevivir.
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