Estoy sacando esta entrada con algo
de retraso, debido a que mi teléfono ha muerto y por ende, me he quedado sin
internet >.<, una disculpa enoooorme a la autora por ello.
Hoy vengo a promocionar (y a
presumir, ¿por qué no?) la sinopsis y el capítulo 4 (en español e inglés) de la
que ha sido la novela ganadora del concurso «David de fantasía y ciencia
ficción», convocado en el hermoso país de Cuba. La novela en cuestión se titula
«Nade», y ha sido escrita por mi encantadora y sexy hermana, la srita. Malena
Salazar Maciá. Decir que es una escritora que se inició en Potterfics, que a
tropezones y mucho practicar ha ido madurando, abriéndose camino de a poco,
siempre dispuesta a aprender de todo y todos. Hoy, el resultado de ese esfuerzo
y aprendizaje se ve reflejado en esta novela, la cual, no sólo verá la luz en
Cuba, sino que será publicada también en Canadá, aunque de eso ya les traeré
noticias después.
Por el momento los dejo con este capítulo,
¡que lo disfruten! ¡Y nuevamente, mi enhorabuena para ti, hermana! Te mereces
ese premio y muchos más ;-)
Sinopsis
«En un futuro lejano y post
apocalíptico, los gentiums luchan por sobrevivir en el desierto en que se ha
convertido el continente Terra Este, deseosos de re-descubrir la tecnología que
una vez les fue arrebatada a causa del Cataclismo. Cinco míticos dioses-bestias
caminan y rigen sobre Terra Este, los daonais gobiernan desde la ciudad
tecnológica de Metro, las colonias son mantenidas en la ignorancia y
condiciones pésimas de supervivencia. Sin embargo, la repentina explosión de un
Complejo Científico de la Compañía βιοmedcán, y la implicación directa del
dios-bestia Inpu del Este, traerá consecuencias inesperadas no sólo a los daonais
de Metro, sino a todo el continente.»
4
Evaluación de los daños
El ingeniero Beelz apenas se lo
podía creer.
Pensó que el mensaje de alarma del
Complejo Este era tan insignificante como un área sin fluido eléctrico, pero
las ruinas calcinadas que observaba lo tenían estupefacto. No había una pared
en pie, ni siquiera el armazón de vigas. Sobre su cabeza, el cielo estrellado
estaba oculto por una turbulencia de nubes rojas; amenazaba con desatar una
tormenta en cualquier momento. Bendijo su suerte por no encontrarse en el
edificio en el momento de la catástrofe, sino en Andaro, la colonia más
cercana, a trescientas cincuenta millas de allí. Sin perder un segundo, había
contactado con una brigada de Evaluadores para que lo ayudasen a extinguir el
fuego y descifrar el motivo de la destrucción. Por suerte, tenían
aerodeslizadores en buenas condiciones y acudieron al instante.
Esperaba que al menos las cámaras
subterráneas estuviesen intactas. No por gusto se había ideado un sistema de
seguridad hermético para mantenerlas a salvo. En ese instante, los Evaluadores
despejaban las puertas, mientras él recorría el cementerio de planchas de
metal, fragmentos de ladrillos y equipos aplastados. No se había topado con
ningún cuerpo y eso lo inquietaba. O el incendio había sido eficiente en su
propagación para no dejar rastro de carnes, o todos estaban enterrados bajo los
escombros. Era lo más probable. Beelz se detuvo para patear con debilidad un
pedazo de plancha fina. O quizás, el Complejo fue evacuado. Si era así… ¿por
qué no habían regresado a apagar el incendio, o se habían presentado en Andaro
para reportarse?
—¡Daonai…! ¡Daonai ingeniero!
Beelz se volteó para detectar a un
Evaluador alto y delgado, vestido con un desgastado mono azul platino. Llevaba
una mascarilla vieja anti-tóxica. Su andar nervioso, como el de una tarántula
que recién abandona su cueva y entra en territorio de otros depredadores, lo
puso en alerta. Nadie se mostraba intranquilo si no existían malas noticias.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó—.
¿Encontraron a algún superviviente?
—No va a gustar, daonai, ni a su
jefes ni a ti. Mejor es que venga acá, a donde lo bandada ha parado —dijo el
Evaluador con la voz afectada por la mascarilla. Su respiración se escuchaba
extraña, como si expulsase el aire por algún tubo de polietileno reforzado—.
Hay mucha arena en esto… arena sucia… Vamó con lo bandada, allí la jefe lo
dice…
Beelz tragó en seco y siguió al
hombre. Cerca de donde debía estar una puerta escondida a las instalaciones
subterráneas, estaban reunidos el resto de los Evaluadores. Se veían lo
bastante temerosos para que se pusiese en alerta. El jefe de la bandada, de
igual mono azul platino y con una máscara relativamente nueva, dejó de discutir
con sus subordinados al ver a Beelz.
—Daonai, no esperan noticias buenas
—inició con mejor lenguaje que el mostrado por su gente—. Lo explosión fue
abajo, arriba fue reacción en cadena por sobrecarga.
—¿Cómo saben? —preguntó Beelz.
Comenzaba a sudar a pesar de lo fresco de la noche—. Pudo producirse en un
generador de la superficie y…
—Comprobamos, daonai —lo cortó el
Evaluador. Señaló a un boquete despejado, donde no se veía ni siquiera una
escalera que descendiese—. Mis tipos bajaron y vieron cosa fea. Cables que
explotaron, peceras grandes rotas que tenían dioses-bestias adentro, niños con
lo tripa afuera, sin existir, lo techo se echó abajo con lo fuego. La generadores
de arriba están echo pedazos por parede y techo, la de abajo… se derritieron,
daonai.
Beelz se secó el sudor de la frente,
pálido a la luz de las lámparas fotovoltaicas. Todo había desaparecido. El
Complejo Este, el más importante, el principal, ya no estaba. Beelz tuvo
escalofríos y se preguntó qué tipo de sobrecarga ocurrió para que todo volase
de esa forma en sólo minutos. Y más inquietante; ¿por qué las cámaras
subterráneas, con su sistema hermético, fueron las primeras en ceder? Pero más
le preocupaba que no existiesen sobrevivientes abajo. Peceras grandes rotas que
tenían dioses-bestias adentro, niños con lo tripa afuera… Todos tenían razón,
¡eran nefastas noticias!
—Encontramo cuerpos —la voz del
Evaluador lo sacó de su ensimismamiento. Lo vio sacudir la mano, y la masa que
formaba sus subordinados se desagregó—. Estaba en bandada, con arma en lo
manos…
Beelz se acercó, atontado. Sobre las
planchas chamuscadas, se tendían al menos una docena de gentiums. Estaban
calcinados hasta los huesos, así que era imposible decir si eran
experimentadores o guardianes. Todos estaban armados, pero sólo con pistolas
aturdidoras y dardos adormecedores. Al menos eso se había resistido al fuego.
Descubrió a varios Evaluadores que cargaban más cuerpos destrozados. Los iban a
reunir allí. Beelz verificó sus alrededores y cerca del boquete que una vez fue
una puerta a las cámaras subterráneas, detectó una chapilla ennegrecida, sujeta
por una cadenita. La recogió para limpiarla con esmero, sin importar que sus
guantes platinados se manchasen de hollín. Después de despejarla un poco, la
observó unos instantes y la guardó en un bolsillo de la chaqueta. Al levantar
la cabeza, notó la mirada suspicaz del Evaluador.
—Ya hicimos la nuestro, daonai —dijo
el hombre con voz sibilante—. Mejor que pague la que dijo, o no dejaremo en paz
su cuerpo. Entregue en lo bazar Taliya de lo colonia Andaro la que debe a
nosotros lo Evaluadores.
—Denme unos minutos para contactar a
mis daonais —dijo Beelz. Presionó un intercomunicador en su oído derecho y se
activó con una luz azulada. Un micrófono se desplegó hasta llegar a su boca. Se
alejó de la bandada, caminando con cuidado por encima de las planchas y los
escombros. La conexión se estableció al instante y varias voces metálicas exigieron
a la vez:
—Informe.
—El Complejo está destruido por
completo. La explosión se inició desde las cámaras subterráneas. Algo provocó
que los generadores provocasen una reacción en cadena y se derritiesen. Como
supondrán, se afectó el sistema de invisibilidad. Las ruinas están a la vista
—dijo Beelz en voz muy baja. Se detuvo al llegar a la arena y volvió a secarse
el sudor de la frente—. Según la teoría de los Evaluadores, algo escapó de las
cámaras subterráneas. Encontré gentiums armados con aturdidores en la entrada
oculta, parecían contener algo de lo que no se hallaron restos, así que podría
suponerse que tienen razón. Pero también, es probable que si algo escapó, haya
perecido en el desierto, por eso no pienso que deban tener...
—Le recordamos que las suposiciones
no nos valen, ingeniero —dijeron las voces y Beelz se estremeció a causa de lo
afilado del tono—. Su deber es comunicarnos hechos ciertos, no especulaciones
de lo que usted o los Evaluadores crean que ha sucedido. ¿Escapó algo del
Complejo? Limítese a una respuesta directa.
Beelz se relamió los labios,
sopesando su respuesta. Optó por la sinceridad:
—No estoy seguro, mis daonais.
Necesitaría más pruebas. En cuanto las consiga, podré entregarles un informe
completo.
—Entonces, si no es capaz de
ofrecernos un informe completo, no debió contactarnos, ingeniero —sisearon las
voces metálicas, lo cual le causó un cosquilleo desagradable en el oído. Beelz
se obligó a mantenerse sereno. La conversación comenzaba a tambalearse y eso no
era bueno para él—. Pero ya que obtuvo nuestro tiempo y atención, prosigamos…
¿En las cámaras subterráneas funcionó el sistema hermético? ¿Los gentium que ha
contratado, vieron a los sujetos?
—Las cámaras subterráneas ya no
existen, no funcionó el sistema hermético. Se ha perdido —explicó sin evitar un
temblor en la voz—. Los Evaluadores lo vieron todo… un momento, mis daonais…
Beelz estrechó los ojos y los lentes
infrarrojos que poseía se activaron. Examinó la arena, con matices azulados
debido a la frialdad de la noche y de inmediato, resaltaron las marcas: huellas
humanas. Estaban bien impresas, como si quien las hubiese provocado, cargara
algo. Hipnotizado, las siguió igual a un sabueso. No muy lejos desaparecían
junto a una hondonada grande, provocada sin dudas, por un aerodeslizador en
reposo que ya no se encontraba allí. Los doseles del vehículo, la capa
protectora sobre los motores, la impresión que dejó al arrancar, todo se había
quedado sobre la arena. Al menos hasta que ocurriese la tormenta y borrase el
rastro. Al entrecerrar los ojos por cinco segundos, los lentes desactivaron la
modalidad infrarroja.
Pocos minutos después, Beelz regresó
con los Evaluadores.
—Mis daonais dicen que pagarán con
intereses por su buen servicio —indicó con una sonrisa y dejó en manos del
jefe, cuatro chapillas metálicas. Eran abultadas, como un huevo pequeño de
lagarto del desierto. Tenían la inscripción Nb—. Son chips de rastreo.
Llévenlos con ustedes, no querrán que nuestros mensajeros se equivoquen y otros
se lleven la paga. También cuento con vuestro silencio acerca de lo que han
visto esta noche.
—Generoso, mi daonai ingeniero —dijo
el jefe Evaluador con una sonrisa de dientes amarillentos—. Compra bien que no
digamo palabra. Estamo a lo disposición.
Beelz no se movió mientras la
bandada se retiraba a sus aerodeslizadores. El ingeniero sacó un puñado de
chapillas-huevos de un bolsillo de su chaqueta platinada y los examinó.
Mientras los Evaluadores se preparaban para partir, él lanzó los dispositivos
por todo el Complejo Este. Por último, dejó caer cinco al interior del boquete
que una vez fue una entrada oculta a las cámaras subterráneas, y se retiró a su
moderno aerodeslizador, en reposo a una distancia prudente de las ruinas.
Cuando estaba junto a su vehículo, a
su espalda se escuchó el rugido atronador de múltiples explosiones. Se volteó a
contemplar el espectáculo; los aerodeslizadores de los Evaluadores habían
estallado y sus piezas volaban por los aires. Los cuerpos por un instante,
fueron manchas iluminadas contra el cielo nocturno antes de caer como muñecos
desmadejados. Segundos después, todo temblaba y una explosión mayor erosionó el
terreno donde estaba asentado el complejo Este, y se abría un boquete que llevó
las ruinas a las entrañas de la tierra.
Beelz miró unos segundos el reflejo
de su rostro rubicundo y cabello magenta en el fuselaje del aerodeslizador. Sus
ojos parecían iridiscentes a causa de los lentes infrarrojos. Esbozó una
sonrisa divertida al ver cómo algunos Evaluadores chillaban envueltos en llamas
antes de derrumbarse en la arena, calcinados. Las chapas de napalm expansivo,
siempre funcionaban.
Cuando el retumbar de las
explosiones se aquietó, Beelz se acercó con parsimonia donde estaban los
gentiums sobrevivientes. Algunos todavía rodaban entre alaridos para intentar
apagarse, otros ya se habían entregado a la inconsciencia, para no padecer el
dolor de sentir sus carnes derretirse bajo la acción despiadada del napalm. Un
infeliz detuvo sus movimientos frenéticos y alzó las manos negras hacia el
ingeniero.
—¡Dao… ai… sal… va… sal… va! —le
rogó.
Beelz extrajo una pistola del
interior de su chaqueta y le disparó en el centro de la frente. El gentium se
desplomó con la misma expresión desesperada que tenía segundos antes de perder
la existencia.
—No es misericordia —aclaró el
ingeniero al cuerpo a sus pies.
Disparó a otro gentium agonizante a
pocos pasos para dejarlo quieto, a uno a su izquierda, al frente, dos a su
derecha, y a un par que se revolcaban junto a una pieza carbonizada de
aerodeslizador. Apuntó a otro que corría lejos, vuelto una brasa ardiente.
—Simplemente, odio a los testigos
—le confesó al cadáver, cuya cabeza estaba deforme, en un estado avanzado de
putrefacción. Esa era la particularidad de los proyectiles químicos que usaba—.
Algunos gentiums me gustan más cuando no tienen existencia. Sobre todo cuando
ya no son útiles.
Su disparo alcanzó en la cabeza al
gentium que corría. Se arqueó de forma cómica, como si tomase un tropezón y
cayó de bruces en la arena. No volvió a moverse. Beelz se guardó la pistola en
el interior de la chaqueta y miró al cielo. La conglomeración de nubes rojizas
se apretaba sobre él, rugiente de relámpagos, cargada de lluvia nocturna. El
aire comenzaba a soplar enrarecido. Sin dudas, era el producto de los tóxicos
que escaparon del Complejo cuando estalló. No tardarían en descargarse sobre el
área. Beelz sonrió de buen humor. En otras circunstancias no le hubiese hecho
gracia la tormenta, pero en ese momento, la agradecía de buen grado. Se
encargaría de sepultar los restos de su trabajo.
Regresó aprisa al aerodeslizador
para subir a él con agilidad. Se adentró en el casco protector hasta llegar al
panel de control y lo encendió con sus huellas dactilares. Configuró la ruta a
la colonia Andaro y la confirmó. El vehículo se elevó con un zumbido y avanzó
lejos de la tormenta. En cuestión de segundos, alcanzó las mil cuatrocientos
veinte millas por hora y se perdió en el horizonte. Desaparecer pruebas, no era
el único trabajo que hacía para sus daonais.
Versión en inglés
4
Damage assessment
The engineer Beelz was incredulous.
He thought the alert message from
East Complex was as insignificant as an area without electricity, but the
charred ruins that he observed had shocked him. There was not a wall left up;
even the frame beams were destroyed. Overhead, the starry sky was hidden by a
swirl of red clouds that threatened to unleash a storm at any time. He blessed
his luck; he was not in the building at the time of the disaster, but was in
Andaro, the nearest Colony, three hundred and fifty miles away. Without missing
a beat, he had contacted a brigade of Assessors to assist him to extinguish the
fire and decrypt the reason for the destruction. Luckily they had hovercraft in
good condition and came instantly.
He hoped that at least the vaults
were intact; they possessed a tight security system to keep them safe. As soon
as the Assessors cleared the gates, he toured the sheet metal cemetery, brick
fragments and crushed equipment. He had not discovered any corpses and that
bothered him. Either the fire was efficient in its spread, or all were buried
under the rubble. Beelz stopped to kick a piece of thin sheet metal. Or
perhaps, the complex was evacuated. If so ... why had they not returned to
extinguish the fire, or contacted in Andaro to report?
“Daonai...! Daonai engineer!”
Beelz turned to see tall, thin
Assessor wearing worn platinum-blue overalls. He wore an old anti-toxic mask.
He walked nervously, like a tarantula that had just left his cave and entered
the territory of other predators. No one was worried if there were no bad news.
“What happened?” Beelz asked. “Did you find any survivors?”
“No'll like, daonai, or his bosses
or you. It is better to come here, where the flock has stopped, “the Assessor
said. His voice was affected by the
mask. His breathing sounded strange, as if he expelled the air from a
polyethylene-tube. “There are a lot of sand in it... dirty sand... Go´o with
flock, there boss says”.
Beelz swallowed and followed the
gentium. Near where there should have been a hidden door to the underground
facilities, the rest of the Assessors were gathered. They looked frightened
enough to fray nerves. The head of the group, with the same platinum-blue
overalls and a relatively new mask, stopped arguing with his subordinates to
see Beelz.
“Daonai, not expect good news. I’ll start with better language than that
shown by his people. Explosion was downstairs, upstairs was reaction chain.
“How do you know?” Beelz asked. He
began to sweat despite the cool of the night. “Perhaps there was a generator on
the surface and...”
“Foundz, daonai” cut in the
Assessor. He pointed to a clear gap where they could not see even a ramp for
descent. “My rates down and saw ugly things. Cables exploded, large broken
tanks that had god-beasts in, children with guts out, ceiling broken down with
fire. Wallz and roof are cast pieces... Above generators… all are melted,
daonai.”
Sweat stood out on Beelz’ forehead,
pale in the light of the photovoltaic lamps. Everything was gone. The East
Complex, the most important, the principal, no longer existed. Beelz shivered
and asked himself what really happened that destroyed all in that way in
minutes. And most disturbing: why were the underground chambers, with the
closed system, the first to blow away? But he was concerned that there were no
survivors down there. Large broken tanks that had god-beasts in, children with
guts out... Very grim news!
“Foundz bodie” the voice of the
Evaluator took him out of his reverie. He saw him shake his hand, and the mass
of subordinates was separated. “Were together, with gun in hand...”
Beelz watched, stunned. Singed on
plates, they tended to at least a dozen gentiums. They were charred to the
bone, so it was impossible to tell whether they were Experiencers or Guardians.
All were armed, but only with stun guns and numbing darts. He discovered
several Assessors who carried more charred bodies. Beelz checked around and
closed the gap that once was a door to the underground chambers, and detected a
sheet attached by a chain. He picked it up and proceeded to clean it carefully,
regardless of his precious gloves becoming covered with soot. He observed a
moment the piece and put it in his jacket pocket. Looking up, he noticed the
suspicious stare of the Assessor´s Boss.
“We made them ours,” he said with
sibilant voice. “Better pay that said, so we not leave alone your body. Deliver
in the bazaar Taliya of the Colony Andaro which should pay us.”
“Give me a few minutes to contact my
daonais” Beelz said.
He pressed an intercom in his right
ear and it activated with a blue light. A microphone was deployed up to his
mouth. He walked away from the flock, stepping carefully over the plates and
debris. The connection was established instantly and several metallic voices
demanded at once:
“Report”
“The Complex is completely
destroyed. The explosion started from the underground chambers. Something
caused the generators to have a chain reaction and they melted. And they
affected the invisibility system. The ruins are on view,” said Beelz very
quietly. He stopped at the sand and returned to wipe the sweat from his
forehead. “According to the theory of the Assessors, something escaped from the
underground chambers. I found gentiums armed with stunners in the hidden
entrance. Seemed to contain something that no remains were found, so one would
assume they're right. But it is also likely that if something escaped, it has
perished in the desert, so I do not think you should have...”
“Remember that the assumptions are
worth nothing to us, engineer,” said the voices, and Beelz shuddered because of
the sharpness of tone. “Your duty is to communicate certain facts, not
speculation or what you or the Assessors believe has happened. Something
escapes from East Complex? Stick to a direct answer.”
Beelz licked his lips, weighing his
options. He opted for sincerity:
“I'm not sure, daonais. Need more
evidences. As soon as I get it, I can deliver a full report.”
“Then, if it you not are capable of
offering a full report, you should not contact us, engineer,” whistled the
metallic voices and caused an unpleasant tingling in the ear. Beelz forced
himself to remain calm. The conversation began to falter and it was not good
for him. “But since you have our time and attention, let us go ... In the underground
chambers did the watertight system operate? Did the hired gentium, see the
subjects?”
“The underground chambers no longer
exist. The hermetic system did not work. It has lost,” he explained without
avoiding a tremor in his voice. “The Assessors saw everything ... wait a
second, daonais...”
Beelz squinted and his infrared
lenses activated. He examined the sand, with a bluish tinge due to the coldness
of the night and immediately highlighted brands: human footprints. They were
well printed, as if whoever had caused them had charged something. Mesmerized,
he followed them like a bloodhound. Not far they disappeared alongside a large
ravine, undoubtedly caused by a hovercraft that no longer stood there. The
canopies of the vehicle, the protective layer on the engines, the impression
who left to start, everything was on the sand. At least until the storm
happened and erased the trail. To squint for five seconds, the infrared lens
deactivated.
A few minutes later, he returned to
the Assessors.
“My Daonais say they will pay with
interest for good service,” he said with a smile and left to the Boss, four
metal plates. They were bulky, like a small desert lizard egg. They had an Nb
inscription. “These are tracking chips. Take them with you, our messengers will
find them. I also count on your silence about what you have seen tonight.”
“Generous, my daonai engineer,” the
boss said with a smile of yellow teeth. “We’ll not say a word. We are at
disposal.”
Beelz did not move as the flock
retreated to their hovercraft. The engineer took a handful of sheet-eggs from a
pocket of his jacket and examined them. While the Assessors were preparing to
leave, he threw the devices throughout East Complex. Finally, he dropped five
into the hole that was once a hidden entrance to the underground chambers, and
retired to his modern hovercraft, standing at a safe distance from the ruins.
When he was with his vehicle, he
heard behind him the thunderous roar of multiple explosions. He turned to watch
the spectacle: the Assessors hovercrafts had exploded and parts were flying
through the air. The bodies for an instant were spots illuminated against the
night sky before falling as limp dolls. Seconds later, all trembled and a
greater explosion eroded the land on which the Complex was settled, and a hole
that led the ruins into the bowels of the earth opened.
Beelz looked for a few seconds at
the reflection of his ruddy face and magenta hair in the fuselage of the
hovercraft. His eyes seemed iridescent because of the infrared lens. He flashed
an amused smile to see how some assessors were screaming in flames before
collapsing on the sand, burnt. The expansive napalm sheets always worked.
When the rumble of explosions
quieted, Beelz approached cautiously where the survivor’s gentiums were. Some
still rolled about screaming to try to shut down, others had surrendered to
unconsciousness, to be free from the pain of feeling flesh melt under the
ruthless action of napalm. One unhappy stopped their frantic movements and
raised black hands toward the engineer.
“Dao ... nai ... he… lp, he… lp!” he
pleaded.
Beelz pulled a pistol from inside
his jacket and shot him in the middle of the forehead. The gentium collapsed
with the same desperate face that he had seconds before losing existence.
“This is no mercy,” clarified the
engineer to the body at his feet.
Accurately, he shot another agonized
gentium a few steps, one to his left, the front, two on the right, and a couple
that were rolling along at a charred piece of hovercraft. He pointed to another
man who was running away and he became a burning ember.
“Simply, I hate witnesses,” he
confided to the corpse, whose head was misshapen in an advanced state of
putrefaction. That was the peculiarity of his chemical projectiles. “I like
some gentiums when they no longer exist. Especially, when they are no longer
useful.
His shot hit the running gentium´s
head. He arched comically, stumbled and fell on the sand. He did not move.
Beelz placed the gun inside his jacket and looked at the sky. The
conglomeration of reddish clouds pressed on him, with roaring lightning. The
rarefied air was blowing. Undoubtedly, it was the product of toxins escaped
from East Complex. They would soon be dispersed over the area. Beelz smiled in
a good mood. In other circumstances he would not have been amused by the storm,
but this time, he gladly appreciated it . It would bury the remains of his
work.
He returned quickly to his
hovercraft to go up swiftly. He put on the helmet and lit the control panel
with his fingerprints. He set the path to the Andaro Colony and confirmed. The
vehicle rose with a buzz and moved out of the storm. Within seconds, he reached
1420 mph and was lost in the horizon. Disappearing evidence was not the only
work he did for his daonais.
Agradecimientos
a Guillermo Salazar y a Robin Hobb por la traducción.
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