¡Buen día, mundo!
Santa madre de las espadas, pero qué
barbaridad, un siglo sin actualizar. No tengo perdón de Merlín, lo sé, pero
explicar el porqué de mi ausencia sería largo y complicado, y no quiero
aburrirlos. Eso sí, hay compensación: les he traído un decálogo que de haberlo
leído antes de haber escrito mi primera novela, la cosa habría sido diferente,
lo juro, jajaja. Muchísimas gracias a su autor por autorizarme el colgarlo, y a
mi hermana Malena, por hacerla de intermediaria xD
Pero antes de empezar con el mágico
recetario, conozcamos al chef:
Yoss
Yoss, seudónimo de José Miguel
Sánchez Gómez (Ciudad de La Habana, 1969), es un autor cubano de ciencia
ficción.
Licenciado en Ciencias Biológicas en
la Universidad de la Habana, en 1991, comenzó a escribir literatura a los
quince años. Se dedica profesionalmente a escribir todo tipo de textos, desde
ficción a artículos periodísticos. Fundador de los talleres literarios de
ciencia ficción Espiral y Espacio Abierto. Graduado en técnicas narrativas del
primer concurso (1998-1999), del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge
Cardoso. Ha impartido talleres de narrativa en Chile, España, Italia, Andorra y
Cuba. Perteneció a los talleres literarios Oscar Hurtado y Julio Verne.
Ha asistido a varias convenciones
internacionales de ciencia y ficción y fantasía, celebrados en Francia, en
2002, 2003 y 2004. Integra, desde 1994, la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba y desde 2007 es vocalista del grupo de rock tenaz. Ha participado como
jurado en varios concursos, como Dragón 1999 y varios certámenes de la revista
Juventud Técnica.
Sus cuentos han aparecido en varias
antologías y en las revistas virtuales de CF i+Real (Cuba) y Axxón (Argentina).
También ha publicado en Italia, España y Francia.
Breve
decálogo del narrador bélico
I-Ten muy clara la época histórica o
su equivalente fantástico. Obviamente, este simple hecho ya determina algo tan
importante como el nivel tecnológico de los armamentos con los que se luchará:
por ejemplo, si hay armas de piedra o metálicas, si sólo blancas o de fuego, si
de tiro simple o automáticas, si carros de combate y aviación, si entidades
robóticas o no, si naves con capacidad de salto hiperespacial, armas láser y
teleportación, si sólo soldados humanos o también de otras razas, si tienen
exoesqueletos de potencia y escudos de energía, y si algunos personajes
disponen de magia o no. ¿Poquita cosa, verdad? Consejo: resulta muy cómodo
guiarse por un período histórico equivalente: Por ejemplo, El Señor de los
Anillos es casi pura Alta Edad Media europea, con armaduras y caballería
pesada, pero todavía sin ningún arma de fuego, por primitiva que fuera.
Obviamente, no es obligatorio ser tan purista ni mucho menos: el abigarrado y
fascinante universo Warhammer mezcla caballería feudal con tropas de enanos con
trabucos y hasta aviación primitiva. Y muchas historias steampunk arman
batiburrillos aún peores con las épocas: tanques y ordenadores propulsados por
vapor, naves espaciales con casco de madera. ¡Maravillosa confusión! Por demás,
las ucronías también tienen su encanto… siempre que se tenga muy claro que el
progreso técnico no es por gusto: el 99% de las veces un tanque de guerra con
motor diesel y un cañón de 100 mm disparando munición perforante tendrá todas
las de ganar contra un elefante armado con una catapulta, y un infante con
rifle de asalto moderno prevalecerá ante un arquero inglés. De lo qe se deriva
lo siguiente:
II-Ten muy en cuenta la clase de
tropas que combaten, y hasta su entrenamiento previo. ¿Qué tipo de unidad
marcha al frente? ¿Mercenarios expertos y curtidos en mil batallas o una
milicia apresuradamente reunida con todo hombre capaz de blandir un arma que
quedó en el pueblo? ¿Soldados profesionales que viven y se educan para la
guerra casi desde que nacen, como los antiguos espartanos, o conscriptos
obligados a vestir el uniforme a la fuerza por unos meses, como los reclutas de
nuestro Servicio Militar Obligatorio? ¿luchan juntos mujeres y hombres en la
misma unidad? Una circunstancia, por cierto, que tiende a elevar la
autosuficiencia del cuerpo, y su moral combativa… pero no por necesidad su
eficacia bélica. Aunque eso también puede ocurrir en cuerpos exclusivamente
masculinos: ¿has oído hablar de los 400 de la Legión Tebana? Todos gays, pero
leones en el campo de batalla. En fin, un axioma de hierro: ningún arma es
mejor que el soldado que la utiliza. El objetivo del adiestramiento de las
tropas es tratar de prepararlas para lo que encontrarán en el campo de batalla
(algo por definición imposible ¿cómo preparar para lo inesperado?), y hay dos filosofías básicas que lo rigen:
hacerlo por exceso, lo que significa invertir mucho tiempo, recursos y esfuerzo
en preparar a la unidad, y que algunos novatos idiotas que de todos modos nunca
serían buenos soldados morirán en el durísimo entrenamiento (condolencias a las
pobres familias), para crearles a los sobrevivientes el indispensable esprit de
corp y que luego el combate les resulte casi fácil… o por defecto: el mínimo de
instrucción necesario, como por dónde agarrar el rifle y qué lado de la espada
es el que corta, con lo que las bajas a montones entre la tropa de infelices
serán inevitables cuando se choque con el enemigo… pero la carne de cañón al
menos estará “lista” en pocos días. Por supuesto, también existen los
combatientes por necesidad: guerrilleros o rebeldes, que irán aprendiendo táctica
y estrategia con el más duro sargento de instrucción imaginable: la
experiencia. Y muriendo a lo largo del curso, de paso. De todos modos, hay que
recordar que ningún soldado lo es de veras hasta que no pasa los dos bautismos:
el de fuego, bajo el ataque enemigo; y el de sangre, cuando debe matar para no
morir. Y al describir la batalla nunca está de más que los participantes
recuerden su adiestramiento, aunque sea con alguna que otra frase aislada. Da
la agradable sensación de que los soldados tienen un pasado y no nacieron con
las armas en la mano. Y si además pueden recordar algo de la vida civil de la
que fueron arrancados para arrojarlos a la guerra, mejor aún, por el mismo
motivo. Eso permitirá tener en cuenta lo siguiente:
III-Existe el miedo. Los héroes
estilo Bayardo, altos, hipermusculosos y de reflejos felinos, perfectos y sin
tacha, que nunca dudan, temen ni retroceden ante el peligro de muerte o
mutilación irreversible, suelen ser, por raro que parezca, personajes bastante
planos, sin riqueza emotiva. No sólo se parecen demasiado a los robots, sino
que, además, aunque su sentido de sacrificio en aras del colectivo pueda
merecer medallas y ascensos, a primera vista,
a cualquier civil con dos dedos de frente se le antojará ultraestúpido y
por completo suicida marchar contra una muralla de fuego láser en vez de
esconderse en el fondo de la trinchera y dejar que otros pongan los muertos
¡qué es lo más lógico, a fin de cuentas! Valiente no es quien no conoce el
miedo (ese es un imbécil que se cree dios y ni con suerte durará mucho en la
batalla), sino quien aún conociéndolo es capaz de superarlo, ya sea en nombre
de la patria, del posible botín, de la amistad por sus compañeros de uniforme o
del orgullo combativo de su unidad… y la cuestión básica es que, como bien sabe
todo oficial, cualquiera de esas motivaciones es buena para hacer a los hombres
combatir, que es lo que realmente
importa.
IV-La niebla de la guerra. La
batalla siempre es un juego entre dos bandos. Al duro y sin guante. Imposible
preverlo todo. Ni siquiera los más perfectos planes sobreviven más de 5 minutos
al encuentro con el enemigo. Un buen general es aquel que sabe qué están
haciendo la mayoría de sus tropas y dónde en un momento dado: si además tiene
aunque sea una vaga idea de qué hacen y dónde las de su adversario, entonces es
un profeta o un dios, más que un genio militar. La batalla no es como un juego
de ajedrez en el que se ven todas las piezas propias y contrarias: más bien se
parece a un duelo a cuchillo entre dos hombres con los ojos vendados, cada uno
tratando de atrapar el arma de su oponente sin perder la suya en el intento. Se
vale morder, meter los dedos en los ojos, todo... porque está en juego la
propia supervivencia. Por eso, elegir el punto de vista del mariscal en jefe y
centrarse en los desafíos mentales de la estrategia a gran escala implica
renunciar a la particularización y color local (¡en el Estado Mayor se suele
estar mucho más cómodo que en las trincheras de primera línea!) en aras de una
mejor idea del conjunto, y que las unidades y efectivos individuales pierden
importancia en el cuadro general. En cambio, elegir el punto de vista de un
soldado individual (o varios) implica no saber por qué mierda nos han ordenado
tomar esa estúpida colina infestada de enemigos empeñados en arrancarnos la
cabeza, pero que no queda más remedio que hacerlo o el sargento nos fusila en
el lugar. Y ese tanque que apenas tiene importancia en el mapa del mariscal es
de repente esencial… porque vamos rezando y cagados de miedo dentro de su
coraza junto con nuestros cuatro mejores amigos que han sufrido de todo a
nuestro lado desde el primer año de la guerra. Advertencia: nada es claro en la
línea del frente. El subidón de adrenalina en un combate cuerpo a cuerpo es tal
que cuesta mucho tener una imagen general del entorno… y a veces, hasta parar
de acuchillar y dar tajos cuando ya terminó el enfrentamiento. Los berserkers
existen, de veras: todo soldado ha caído presa de tal furia alguna que otra
vez. Aunque el entrenamiento moderno del combatiente tiende a privilegiar la
claridad de juicio sobre el frenesí asesino, nunca los hombres, ni siquiera los
mejoradiestrados, llegan a ser tan eficaces como las máquinas: sus sentimientos
son su debilidad… y a la vez su fuerza.
V-El contrato tácito de mando, sus
derivaciones y contradicciones. ¿Para qué sirve la disciplina? ¿y tantas
marchas y medias vueltas en formación al son de los alaridos de los sargentos y
oficiales? No es puro sadismo de los mandos…. O no sólo puro sadismo, al
menos. Sirven para algo; para que el
soldado aprenda a obedecer al punto y sin pensar. O sea, a hacer dejación de su
voluntad en manos más sabias, lo que supuestamente va a mejorar sus
oportunidades de victoria y por tanto de supervivencia. Para eso debe tener fe
en que sus sargentos y oficiales saben mejor que ellos lo que está pasando en
el campo de batalla. No siempre es así, por supuesto: un soldado experto puede
entender mejor la gravedad de la situación que un oficial de academia bisoño, y
probablemente esté también consciente de que para el Alto Mando él y sus amigos
son apenas material gastable, unidades sacrificables en aras de un bien mayor…
pero tiene que tener a la vez suficiente cerebro como para callarse sus
consideraciones: si cada combatiente hace lo que mejor le parece, la unidad
está perdida y todos morirán. No en balde se aconseja a los oficiales en todas
las academias que ante cualquier problema tomen decisiones rápidas, para no dar
la impresión a su tropa de que no saben qué hacer. Si la decisión resulta buena
o mala, luego, ya es secundario. La suerte influye mucho, por supuesto. Pero
ayuda a los de mente rápida… algunas veces. Porque, de todas maneras:
VI-En la guerra la gente muere. No
en balde al cargar contra las líneas enemigas se grita ¡Patria o Muerte! (o su
equivalente) y no ¡Patria o Heridas Leves! Si, hay heridos… pero nadie en su
sano juicio creerá que una unidad escapó del combate casi ilesa, sólo con
algunos tiritos a sedal y rasguñitos menores. Y no sólo caen los malos
malísimos; incluso los buenos se encuentran con la Parca en el campo de
batalla. No es elegante hacer trampas; siempre se paga un precio. Tolkien
literalmente resucitó a Gandalf de su caída del puente con el Balrog tras
comprender que le hacía mucha falta en su trama, pero igual se nota bastante el
deus ex machina, aunque luego lo compense con la heroico-patética caída de
Boromir El Confundido. Aún así, nótese que, salvo él y el rey Theoden, muy
pocos de los buenos caen en LOTR. Error: es mejor evitar los “regimientos de
inmortales afortunados”: un soldado pelea con más furia si ve caer a los que lo
rodean. Preferiblemente si son tipos simpáticos que ya antes se han ganado un
lugar en el corazoncito del lector. El autor a menudo tiene que tener un
miocardio de piedra y sacrificar a algunos de sus héroes en aras del efecto
emocional mayor. Stephen King es un maestro en eso, incluso cuando no escribe
batallas. Sus tropas de la luz siempre sufren algunas bajas en el combate con
las tinieblas; que quede claro que esto no es un paseíto de fin de semana ni un
juego de niños. Ni el mejor chaleco antibalas protege de todos los proyectiles,
y los buenos no monopolizan la buena suerte. Sobre todo si insisten en
comportarse como corteses idiotas, de lo que se deduce que…
VII-La caballerosidad y la lealtad
salen caras en la vida real… y nada más real que la guerra. La batalla no es un
encuentro deportivo, ni un duelo entre gentlemen, sino un salvajísimo sálvese
quién pueda en el que la idea es ganar… a cualquier precio. Si al enemigo se le
cae la espada… pues aprovecha tu ventaja sin escrúpulos: písasela y atraviésalo
con la tuya. Porque él haría lo mismo. Total, en la melée nadie va a estar
mirando esos bellos gestos. Y mejor tramposo vivo que héroe muerto. Toda
instrucción básica de infantería enseña cosas tan agradables como rematar a un
enemigo caído o cómo remover la bayoneta en la herida para que la herida sea
mortal por necesidad. Dicho sea como de paso, la doctrina de ataque del
ejército moderno, que considera que herir a un enemigo es más efectivo que
matarlo, porque inutiliza a tres hombres
en vez de a uno solo (en teoría se necesitan dos sanos para retirar a un
herido) es muy difícil de aplicar en un combate real, para tropas no muy
expertas. Al menos para seres humanos: la tendencia lógica, una vez calentada
la sangre, es a matar a todo lo que se mueva, para que nada nos mate antes.
Paranoia de la batalla, que ayuda a sobrevivir… si el enemigo no es demasiado
fuerte, porque, ya se sabe “vinieron los sarracenos, y nos molieron a palos,
que Dios protege a los malos cuando son más que los buenos”
VIII-Equilibrio. No es sólo cuestión
de quiénes son los buenos ni de quiénes tienen la razón: eso influye, claro,
pero no tanto como querían creer los comisarios soviéticos de la Gran Guerra
Patria. Las ideas, mal que les pese a muchos, son más débiles que las balas. El
número y el equipamiento sí importan. Por tanto, hay que recordar que la pelea
de león a mono puede ser muy heroica… pero tiene un interés narrativo limitado.
Si un bando tiene sólo arcos y flechas y el otro dispone de naves espaciales
con escudos de energía y además los triplica en número, las posibilidades del
puñadito de infelices salvajes no son muy buenas, no hay que ser ningún Aníbal
para darse cuenta… a no ser que el escritor los ayude mucho o sus enemigos sean
muy ineptos. Pese a su torpe valor, los peluditos ewoks de El retorno del jedi
habrían sido barridos en minutos por las hiperentrenadas tropas clónicas
imperiales… si sus oficiales no hubieran sido unos perfectos retrasados
mentales capaces de creer en Santa Claus, en los genios de la lámpara y hasta
en el clásico embarazo de la casta doncella que se sentó en un inodoro
embarrado de semen. La excesiva desigualdad en armamento y material puede
servir para escribir grandes páginas de heroísmo o de masacres implacables (el
autor puede elegir su punto de vista)… pero no verdaderas batallas. Los
guerrilleros rara vez enfrentan a tropas regulares con éxito, y no por
cobardes: simplemente, saben que no tienen con qué. Hostigar y huir es la clave
ante ejércitos más poderosos. Luke Skywalker y compañía sólo atacaron la
Estrella de la Muerte cuando vieron una posibilidad, por míníma que fuera, de
vencer… y el Emperador debió fusilar a todos los técnicos que diseñaron su
estación de combate, por no haberlo notado antes. Lo mismo que el Gran Moff
Tarkin debió retirarse cuando sus analistas le dijeron que corría auténtico
peligro.
IX-El péndulo. Hasta las grandes
victorias fueron por momentos batallas de resultado incierto. Si sabe desde el
principio que va a ser inexorablemente derrotado, ningún general en su sano
juicio (Leónidas y sus 300 espartanos suicidas, por favor, abstenerse) planta
cara a otro ejército… a no ser que deba proteger la retirada de civiles
familiares suyos, que no tenga a dónde más retirarse o cualquier otra
circunstancia similar del tipo “entre la espada y la pared”. La clave del
asunto es que, en toda batalla, ambos generales creen al principio que pueden
ganar. La habilidad del bando fuerte es convencer al débil de que lo es para
que se empeñe en un combate que le costará la derrota. Un ejército que huye
siempre, y que tiene a dónde huir, no puede ser derrotado, sólo perseguido… y
los perseguidores se encontrarán con que cada vez sus líneas de abastecimiento
son más largas y frágiles. Napoleón lo aprendió a duras penas y demasiado tarde
al invadir a Rusia: no lo venció Kutusov en Borodino, sino las inmensas estepas
del gigantesco país euroasiático.
X-El léxico y los referentes. Los
militares, obviamente, se resisten con energía a que los llamen matarifes de
oficio; tienen la pretensión de ser considerados científicos de la guerra… y
como buenos científicos, se pertrechan de un vocabulario enrevesado, que sólo
ellos comprenden… en teoría. Que tampoco es tan difícil. Entonces,
familiarízate con sus expresiones básicas: fuego amigo, control de daños,
defensa escalonada en profundidad, logística, daños colaterales, contramarchas,
líneas de abastecimiento, puntos fuertes, cruzar la T y muchas otras frases por
el estilo. Bien usadas, pueden dar la impresión de que sabes de qué estás
hablando. Otra cosa que ayuda mucho es leer mucha literatura teórica bélica… y
citarla con tino. Por ejemplo: Karl Von Klausewitz dijo en De la guerra que
esta no es sino la extensión de la diplomacia por otros medios. Sun Tzu, casi
mil años antes, escribió en El arte de la guerra que nunca hay que cerrar todas
las vías de escape a un enemigo, porque una tropa acorralada lucha no sólo por
la victoria, sino por su vida. También hay que saber imitar a los grandes; o
sea, a las grandes novelas bélico-históricas del mainstream: Sir Nigel y La
compañía blanca, de Arthur Conan Doyle; Ivanhoe, de Walter Scott; Sin novedad
en el frente, de Erich Maria Remarche; La roja insignia del coraje, de Stephen
Crane (novela que prueba de que de los cobardes sí se ha escrito, y además
mucho y muy bueno) ; Cuatro tanquistas y un perro, de Januz Przysmanowski; Los
soldados no se ponen de rodillas, de Konstantin Simonov; Los desnudos y los
muertos, de Norman Mailer, y un largo etc. Sin olvidar ver muchos filmes de
guerra… de los que la lista sería el doble de larga, así que la dejamos para
otra ocasión. Y, por supuesto, también tenemos a los clásicos de la space opera
bélica: Tropas del espacio, de Robert A. Heinlein; la saga de Dune, de Frank
Herbert; la serie de Miles Vorkosigan, de Lois McMaster Bujolds; Un talento
para la guerra, de Jack McDevitt; la tetralogía de la Vieja Guardia Colonial,
de John Scalzi. O de la fantasía heroica: Tolkien, por supuesto, incluido el
Silmarillion; Robert E. Howard, que describe magistrales batallas en algunas de
sus historias de Conan, Kull y no sólo, como Sonya la Roja o La sombra del
buitre. Añoranzas y pesares, la saga de Tad Williams… y, no podía faltar,
Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin, que pese a las elipsis de la
serie televisiva por problemas naturales de presupuesto, se dió gusto en los
libros describiendo tremendas batallas campales, navales y sitios.
Entonces, con todo esto ¿ya está?
¿Te bastará para convertirte en un gran autor de historias bélicas fantásticas
el seguir al pie de la letra estos 10 generalísimos principios? No nos hagamos
ilusiones: desgraciadamente, no. Narrar una gran batalla o hasta una pequeña
escaramuza es una de las cosas más complicadas para cualquier escritor,
fantástico o no. Son muchos los elementos en juego.
No obstante, confiamos en que tener
más o menos en cuenta a la hora de escribir las escasas consideraciones arriba
expuestas… más otras muchas que irás descubriendo tú mismo, ganando un montón
de chichones y experiencia en el intento,
sí servirá ¡al menos! para abreviar un poco tu aprendizaje en esta
difícil pero siempre atractiva modalidad literaria.
Por demás, ya se sabe… cortando
huevos es como mejor se aprende a capar.
Así que… ¡al ataque, soldados!
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