BENBENUTO

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Que tu estancia aquí sea placentera, y que mis letras logren llevarte a la reflexión, al análisis pero sobre todo, que te sirvan de aliento, de consuelo y apoyo. No estás solo, escritor novel. Yo camino a tu lado, hoy y siempre.

Nos mudamos

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sábado, 20 de diciembre de 2014

«Porque el 5 es nuestro número»: ¡estamos de fiesta!

¡Un año más, corazones!
Por fin, llegamos a esta fecha tan especial y tan esperada por algunos, pero sobre todo, con un enorme significado emocional para mí. Cinco años compartiendo con ustedes, cinco años conociendo a un montón de gente variopinta, y aunque sé que en lo que a literatura se refiere, este año no ha sido el mejor para el blog, seguimos aquí, siempre tirando para delante, aprendiendo de los errores y disfrutando de las alegrías. Gracias a todas las personas que se pasan por aquí, a los que estuvieron involucrados en este pequeño pero significativo evento, y muy especialmente, a los que se mantienen pendientes de mi trabajo, de verdad, no hay nada más alentador que saber que alguien disfruta leyéndote.
Y para no alargarme mucho, los dejo con el prefacio y la portada del segundo tomo de la saga Destino, «Epidemia», el cual, espero estar publicando en marzo del año que viene.
Un abrazo y, nuevamente, ¡gracias a todos por formar parte de la gran aventura!



Prefacio

Avanzó por la calle con la cabeza gacha. Aquella noche hacía un frío espantoso, de su nariz y boca brotaba un humillo blanco. Llevaba puesta la túnica más gruesa que tenía y aun así los huesos le dolían, la capucha sobre su cabeza ocultaba su rostro, a esas horas sin maquillaje.
Tropezó con un fragmento de ámbar suelto. Maldijo por lo bajo, las calles seguían sin ser reparadas, a pesar de la guerra haber terminado. «Necesitamos al resto de los guardianes», había declarado Astucieus Thrampe un par de semanas atrás en una conferencia de prensa, tras ser dado de alta del hospital central.
Pero la búsqueda y selección de nuevos Garque llevaba al menos seis meses y, en esos seis meses podían ocurrir muchas cosas: un levantamiento por parte de los seguidores de Tyr que aún quedaban, una crisis económica, una epidemia a causa de las condiciones deplorables en las que había quedado la ciudad, sin contar las enfermedades que podrían transmitir los escorpiones gigantes que merodeaban por ahí. Mas eso a los gobernantes de Cultre no parecía importarles, mucho menos si quienes pagaban aquello eran los de escasos recursos, como lo era en su caso y el de su familia.
Y era por eso que ella había decidido actuar. Los doctores le habían dicho que se trataba de alguna gripe extraña, pero no daban con qué medicamentos tratar a su madre. Tampoco es que tuviesen el dinero para que la viera algún especialista, tanto su hermana como ella trabajaban de sirvientas. Necesitaban ayuda, y ella la conseguiría como fuese.
Se detuvo delante de la puerta de su casa, la cual abrió con manos entumecidas por el frío. Entró, su hermana cuidaba de su madre aquella noche, por lo que podía hacer y deshacer en la vivienda sin ningún problema. De todas formas, se preocuparía por limpiar todo una vez hubiese terminado.
Encendió una flama con un chasquido de dedos. La estancia, de pocos muebles y adornos sencillos, lucía abandonada y polvorienta; un escenario perfectamente bien ambientado para lo que estaba a punto de hacer. Caminó hacia una esquina y se agachó, en busca de una loza suelta la cual no tardó en localizar y apartar, lo que dejó al descubierto un hueco de profundidad considerable. Poco a poco, extrajo del compartimento el material que le había tomado días recolectar: monedas de oro malditas, marcadas en el centro con una mancha de sangre; velas blancas, nuez moscada, salvia y tierra del cementerio.
Miró los elementos y tomó una profunda bocanada de aire. No podía echarse atrás. Tenía que hacerlo, por su madre, por su hermana. Agarró la bolsa con tierra y la esparció por el suelo, de tal forma que dibujó un círculo, dentro del cual fue a trazar un pentagrama invertido y en cuyo centro colocó la salvia y la nuez. Acto seguido, posicionó las velas en torno al funesto símbolo, delimitando un triángulo con una punta más larga que las otras. Después, encendió cada una de las velas y se colocó fuera del perímetro que marcaban, justo en la punta más alta del triángulo.
Comprobó que tenía las monedas malditas a un lado. Se estremeció, sin saber si era de frío o de miedo; el corazón le palpitaba con fuerza dentro del pecho, las manos le temblaban. Antes de que su consciencia la obligase a deshacer todo, hurgó dentro de su túnica y extrajo el pedazo de papel en el que había copiado el ritual, encontrado en uno de los libros del Templus.
—Ábranse las puertas del infierno —murmuró con la garganta seca—, porque las del cielo han permanecido cerradas. Ábranse y dejen salir al demonio, que en esta noche será mi guía, mi aliento…
Una brisa de aire gélido vino de ninguna parte e hizo temblar su flama y las de las velas, mas estas permanecieron encendidas, para su alivio. Volvió a respirar hondo a fin de reponerse, y continuó:
—… ven a mí, pequeña dasell, ven a mí y acepta mi trueque. Ayúdame a adquirir lo que deseo, ayúdame a encontrar mercancía sin igual. Porque he registrado hasta el más ínfimo de los rincones de este mundo y no he hallado lo que busco. Necesito de tu poderío, déjame ver esos tesoros que reservas para los grandes. No importa cuál sea tu precio, yo lo pagaré, así sea con mi propia sangre.
Se quedó callada y bajó el papel despacio. Las velas titilaban silenciosas, casi severas, como si le reprochasen el haber realizado la invocación. De pronto, la nuez moscada y la salvia parecieron explotar en una centella de luz negra que se disparó hacia arriba, la mujer dio un grito ahogado, a punto estuvo de irse de espaldas.
El resplandor menguó hasta apagarse, revelando una figura infantil, femenina, de lindos bucles rubios peinados en dos coletas. La niña no debía pasar de los seis siglos, de largas pestañas y ojos enormes de color miel, enfundada en un vestidito que la hacía parecer una muñequita.
Parpadeó desconcertada, dudosa en si había hecho la invocación correcta, pero entonces la niña sonrió, sus facciones dejaron de ser dulces y se convirtieron en perversas, a través de su maliciosa sonrisa la mujer pudo ver una hilera de dientecillos puntiagudos.
—No puedes salir del círculo —intentó amenazarla ella, aunque el tono quebrado de su voz jugó en su contra—. Las velas me protegen de ti y…
La diablesa dasell rodó los ojos.
—… me quemaría si intentase agredirte o salir del triángulo —dijo en un tono fastidiado, acorde con su apariencia—. Ya lo sé, mortal tonta. Así que hazme un favor y dime qué es lo que quieres para poder irme de una buena vez.
—Mi… mi madre está enferma —musitó la mujer con un nudo en la garganta—. Los médicos creen que es una rara gripe, pero no encuentran medicina que la alivie. Por favor —agregó y se bajó la capucha, sus ojos anegados en lágrimas brillaron con las luces—, necesito la cura, alguna planta o brebaje… —le enseñó a la diablesa las monedas—. Si esto no es suficiente, yo… haré lo que sea…
La dasell enarcó una ceja y la miró con desprecio.
—En realidad no, no es suficiente, pero quizás podríamos llegar a un trato. ¿Estás segura que harás lo que sea?
—Lo que sea —asintió ella con fervor.
—¿Cualquier cosa? —repitió la diablesa con brillo maléfico en los ojos.
La mujer se mordió el labio, insegura; mas no podía acobardarse, no si quería volver a ver sana a su madre, no si quería volver a ver a su hermana sonreír.
—Lo que sea —aceptó.
La diablesa ensanchó la sonrisa.
—Tira las monedas dentro del círculo.
La mujer obedeció y la dasell recogió las monedas cual perro abalanzándose sobre los restos de comida. Mordisqueó una y luego la lamió, para por último asentir complacida.
—Yo no puedo ayudarte —dijo con voz aguda. La mujer palideció—, pero puedo traer a quien sí tiene el poder para hacerlo.
— ¿A quién? —preguntó ella, cada vez más arrepentida de haber llevado a cabo aquella empresa.
La dasell rio entre dientes.
—Tú sólo di que sí —dijo y se balanceó inocente sobre sus pies, con las manos en la espalda; las monedas desaparecieron con un destello—. Si aceptas pactar con ella en vez de conmigo, verás a tu madre sana en menos de lo que un viejo muere infartado.
Rio de su propio chiste, divertidísima, a diferencia de su interlocutora que tragó en seco, su faz expresaba horror.
—Está bien —accedió—, aceptaré pactar con ella.
—No, no, tienes que decir: «está bien, tráela y aceptaré pactar con ella, sin importar nada». Ah, y debes apagar una vela.
La mujer cerró los ojos y apretó las manos sobre su regazo. Estaba a punto de condenar su alma, lo sabía. No necesitaba ser experta en magia negra para saber que aquella declaración salida de sus labios la ataría a quien quiera que fuese a traer la dasell. Más aún, si debía apagar una vela; aquello sólo significaría que el ente podría hacer y deshacer a sus anchas.
—Está bien —repitió con esfuerzo—, tráela y aceptaré pactar con ella, sin importar nada.
—¡Muy bien! —la felicitó la diablesa dando un saltito—. Ahora, apaga la vela.
—¿Cómo sé que no me matarás luego? —inquirió la mujer con el ceño fruncido—. Con una vela apagada se rompería la protección del triángulo y…
—No seas estúpida —le espetó la dasell—, nosotras no matamos animalejos como tú, al menos no por diversión. Bueno, a veces sí —reflexionó—, pero hoy no me apetece hacerlo. Ahora, apaga la maldita vela.
La mujer sopló y apagó la vela que tenía más cerca. Complacida, La diablesa volvió a soltar esa risita escalofriante y, antes de que su acompañante pudiese decir algo, desapareció tras una explosión de luz negra.
La mujer contempló el lugar donde antes había estado parada la dasell suelo ennegrecido y ni rastro de la planta o la nuez moscada. Seguramente le había tomado el pelo y no volvería. No, tenía que volver, si no, no se hubiese empeñado en que hiciese tan comprometedora declaración y, mucho menos en que rompiese el triángulo de protección.
De repente y para horror suyo, el resto de flamas se apagaron, incluida la que ella había convocado al principio. Chasqueó los dedos, mas la luz no volvió a encenderse; por el contrario la temperatura descendió un par de grados. Escuchó algo a su espalda y se volvió, asustada, tropezando con las velas y cayendo de trasero en el suelo, pudo sentir entre sus manos la tierra con la que había trazado la estrella y el círculo.
—¿Quién es? —preguntó con la voz vuelta un hilo—. ¡Déjese ver!
Y como si hubiese sido una orden, un par de ojos dorados se encendieron en medio de la penumbra. La figura alta y esbelta resplandeció con un aura siniestra, misma que reveló el vestido de seda, la piel pálida, el cabello castaño y… el tatuaje en forma de telaraña que le marcaba la faz.
—Pero querida, no tiembles —le dijo la recién llegada con timbre musical; la mujer sentía que un terror irracional le recorría las venas—, tranquila, soy quien ayudará a tu mami a sentirse mejor.

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